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Dataismo, transhumanismo, y metafísica de la subjetividad.

Sin lugar a dudas la humanidad parece deslumbrada por los desarrollos y beneficios que brindan las tecnologías de la información y la comunicación, propias de la era digital, en la cual las promesas del progreso ilimitado y la felicidad están a la orden del día. En este contexto nos proponemos analizar ciertos visos de la llamada crisis del humanismo y su relación con el despliegue planetario de la técnica en el horizonte del pensamiento contemporáneo. Este objetivo será llevado a cabo a través de la crítica heideggeriana a la metafísica tradicional, y en este caso en la figura del humanismo entendida como una expresión de la subjetividad moderna. Esto se manifestaría, según Heidegger, en la formulación de la voluntad de poder nietzscheana, en la que la voluntad de dominar y disponer del hombre y de la naturaleza a su antojo se expresaría en la era digital en el dataísmo y en el surgimiento de la figura de un superhombre bajo la égida del transhumanismo más radical.


Hace más de cincuenta años Heidegger prestaba especial atención a las tecnologías de la información y comunicación que comenzaban a hacerse cada vez más omnipresentes en aquel entonces, cuando la ciencia cibernética daba sus primeros pasos con la obra de Norbert Wiener publicada en 1948. En este texto Wiener sentaba las bases y las definiciones de la llamada era digital y afirmaba que la tesis fundamental de su libro “consiste en que sólo puede entenderse la sociedad mediante el estudio de los mensajes y de las facilidades de comunicación de que ella dispone y, además, que, en el futuro, desempeñarán un papel cada vez más preponderante los mensajes cursados entre hombre y máquinas, entre máquinas y hombres y entre máquina y máquina” (Wiener, 1988, p. 16). 

Se daría inicio así a una nueva ciencia, a una nueva era de la historia de Occidente, marcada por las tecnologías de la información y la comunicación, en la que éstas tomarían el protagonismo absoluto para señalar el progreso y el desarrollo social en todas sus esferas, a tal nivel que se ha llegado incluso a denominar la era actual como Sociedad de la Información. Ahora bien, este hito no fue ignorado por Heidegger, quien le prestó especial atención, dejando en claro su preocupación respecto a estas propuestas, tal como lo sostenía en 1966 cuando pronunciaba la conferencia El final de la filosofía y la tarea del pensar. En esta conferencia Heidegger expresa con total claridad su preocupación por el poder que está adquiriendo dicha ciencia, e incluso llega a situarla a un nivel equivalente a la técnica, es decir, como la manifestación más visible de la razón técnico científica. En este sentido afirma: 

(…) no hace falta ser profeta para saber que las ciencias que se van estableciendo, estarán dentro de poco determinadas y dirigidas por la nueva ciencia fundamental, que se llama Cibernética. Esta corresponde al destino del hombre como ser activo y social, pues es la teoría para dirigir la posible planificación y el trabajo y organización del trabajo humano. La cibernética transforma el lenguaje en intercambio de información. Las artes se transforman en instrumentos de información manipulados y manipuladores (Heidegger, 2000, p. 79). 

Como podemos ver, el filósofo alemán preludiaba de alguna forma la situación que enfrenta el hombre contemporáneo con la revolución tecnológica, y preveía una simplificación de la realidad y del hombre bajo el dominio de esta nueva ciencia, que, como hemos dicho, sería la ciencia de la racionalidad técnico científica por antonomasia y su adalid más destacado: el pensar calculante. Esto, en definitiva, sería el fiel reflejo del final de la metafísica y, por ende, de la filosofía, que se devaluaría, según Heidegger, en pura cientificidad cuyo rasgo fundamental sería la cibernética y su carácter técnico.

Dataísmo y pensar calculante 

Ciertamente, nadie podría negar en la actualidad la prevalencia o el dominio absoluto que ha adquirido la cibernética en todos los ámbitos de la sociedad, pues las tecnologías de la información y la comunicación se han transformado en elementos de uso imprescindible para llevar a cabo cualquier trabajo o actividad que demande la vida cotidiana en casi en todas las esferas de la vida personal y social. Esto daría nacimiento a una nueva era: la era digital. En este escenario la utilización de internet, Big Data, redes sociales, teléfonos inteligentes y una serie de aplicaciones de diversa índole, diseñadas por los genios de Sillicon Valley, se convierte en un imperativo y una obligación quasi ontológica en esta nueva definición o comprensión del ser humano, cuyas relaciones sociales, comunicativas, así como su libertad, adquieren un nuevo estatus: estar conectado las veinticuatro horas del día. El hombre de la era digital está determinado en su constitución desde el cálculo y la planificación a la que está sometido continua y libremente en cada momento de su vida online, en la que todas las interacciones o acciones que ejercemos cuando utilizamos estas tecnologías se convierten en datos que quedan almacenados en el Big Data, con el objetivo de hacer el mejor uso de ellos. Esto traduce en monetizar toda aquella información obtenida por nuestra navegación en la web. Las consecuencias más visibles de dicha monetización serían la personalización de la información que recibimos, las recomendaciones de productos, amigos, películas, rutas, viajes, noticias, parejas etc., que son enviadas por las empresas que han invertido en la consecución de esos datos. Todo esto con la promesa de que el único objetivo que se persigue con estas acciones es facilitarnos la vida. Se ha de puntualizar que en estas promesas y utopías subyace una ideología de un determinado carácter filosófico que la sostiene. Nos encontraríamos, según esto, subsumidos en una ideología técnica (Garcia & Valle, 2020), que en una de sus vertientes más representativa puede ser denominada dataísmo. Una definición que propone van Dijk al respecto es la siguiente:

El dataísmo revela una creencia en la objetividad de la cuantificación y en el potencial de rastrear todo tipo de comportamiento y socialidad humana a través de datos en línea. En segundo lugar, los (meta) datos se presentan como “materia prima” que puede analizarse y procesarse en algoritmos predictivos sobre el comportamiento humano futuro, activos valiosos en la industria minera. Los métodos cuantitativos piden interrogatorios cualitativos para refutar la afirmación de que los patrones de datos son fenómenos “naturales” (van Dijk, 2014, p. 201). 

En esta creencia se sostienen gran parte de las promesas y utopías presentes en la era digital, que consideran que gran parte de los problemas humanos y sociales se podrán comprender y solucionar gracias a la gran cantidad de datos que recogen los monopolios tecnológicos de la navegación web de todos los usuarios de internet, en el que toda información se convierte en dato y, en consecuencia, puede ser cuantificada, mensurada y así monetizada. En definitiva, “el hombre digital digita en el sentido que cuenta y calcula constantemente. Lo digital absolutiza el número y el contar (…) Hoy todo se hace numerable, para transformarlo en el lenguaje de rendimiento, de la eficiencia. Así hoy deja de ser todo lo que no puede contarse numéricamente” (Han, 2014b, p. 42).

No obstante, el discurso de esta doctrina nos hace creer que el manejo de estos datos solo tiene valor social, benéfico y neutral, esto es, que dicho manejo no responde a ningún tipo de interés político o comercial. En este sentido: “la popularización de la datificación como un paradigma neutral, llevado por una creencia en el dataísmo y apoyada por guardianes de confianza institucionales, gradualmente arrojó una visión de la vigilancia de datos como una forma ‘normal’ de monitoreo social” (van Dijk, 2014, p. 206).

En un contexto de cuantificación y medición cuantitativa de la realidad, a través de las conductas que los usuarios tienen en su vida online, se sostiene un nuevo paradigma propio de la revolución técnico científica, en la que impera absolutamente el pensar calculante y sus supuestos. De esta manera, cada click, gusto, búsqueda, interacción, relación comunicativa, sentimiento que expresamos a través del uso de estas tecnologías de la información y la comunicación, se pueden transformar en datos para su posterior utilización y, por qué no decirlo, manipulación de las conductas humanas. Todo esto se consigue por medio del perfilamiento psicológico que logran las redes con nuestros datos, lo que nos conduciría, según Han, a un totalitarismo digital (Han, 2014a, p. 47), esto es, a una barbarie de los datos, donde el imperativo del cálculo y la medida domina todas las esferas de la sociedad para lograr aumentar la optimización, productividad y rendimiento del hombre contemporáneo. De esta forma se pondría en peligro la soberanía, autodeterminación y libre albedrío del hombre signado por lo digital. Como sostiene Han, “la persona misma se positiviza en cosa que es cuantificable, mensurable, controlable. Sin embargo, ninguna cosa es libre. Sin duda alguna, la cosa es más transparente que la persona. El Big data es el fin de la persona y de la voluntad libre” (Han, 2014a, p. 14).

En definitiva, el dataísmo reclama para sí la redención de toda problemática o dificultad bajo el imperio de la tecnología y los datos, como receta perfecta para el desarrollo y progreso de la humanidad. Transforma, en consecuencia, al propio hombre, que ya no es considerado como simple objeto, trabajador o producto de consumo, ni siquiera ya una cosa, sino que se reduce a un dato cuantificable y mensurable. Es decir, tal como afirmaba Heidegger, en constante (Bestand), como insumo o capital humano ahí dispuesto para su explotación comercial, gracias a la prevalencia sin contrapeso del cálculo y la planificación en todas las esferas de nuestra existencia por medio de las tecnologías.

El superhombre nietzscheano en la utopía transhumanista 

La mayor parte del planeta ve cada día con menos asombro la cantidad ingente de avances tecnológicos que se presentan de forma constante, casi cotidiana. Desarrollos que por lo general se fundamentan en los éxitos de la inteligencia artificial y su capacidad para apoyar los distintos procesos humanos y sociales en la salud, la economía, el derecho, la planificación social, etc. A pesar de los beneficios que nos han brindado este tipo de avances tecnológicos, con la inteligencia artificial a la cabeza, no podemos soslayar algunas de las preocupaciones que éstos han despertado en parte de la sociedad. Preocupaciones que se dirigen principalmente hacia las consecuencias humanas resultantes de la aplicación de estos avances, cuyos efectos en nuestra vida cotidiana están apenas visibles para gran parte de los usuarios de dichas tecnologías.

Sin embargo, lo que es aún más inquietante son las utopías que emergen desde una razón técnico-científica que no parece tener más límites que su propia imaginación, prometiendo así una infinidad de beneficios, desarrollos y avances de toda índole para la humanidad; promesas que muchas veces, como sostienen algunos pensadores, no poseen una base científica sólida (Sadin, 2014; Diéguez, 2017). Todo esto ha derivado en un nuevo ismo: el transhumanismo.

Este movimiento o filosofía, si se quiere, plantea en una de sus corrientes más radicales que:

La muerte empieza a no ser vista como un destino, como una condición básica e inexorable de nuestro ser en el mundo, de nuestra índole biológica, o como un referente de nuestra comprensión como seres humanos, tal como las religiones y la filosofía nos habían venido enseñando, sino que se está transformando en un problema técnico. Algo que tarde o temprano nuestro ingenio podrá solventar (Diéguez, 2017, p. 7). 

Nos situaríamos, de esta manera, en el estadio último del progreso de la tecnología, que con sus desarrollos permite al fin crear ese superhombre que dejará de temer a la muerte y se encumbrará como amo y señor de la tierra, capaz a fin de disponer, no solo de la tierra, sino también de la muerte y hacerla desaparecer. Se terminaría de esta manera con toda debilidad humana y con la finitud de la existencia, alejando, de paso, al hombre del dolor y el sufrimiento gracias al desarrollo tecnológico (Valle, 2018). Finalmente, gracias al desarrollo tecnológico, el hombre lograría su ansiada inmortalidad y se alejaría del dolor y el sufrimiento. Es importante hacer notar que este movimiento está dirigido principalmente por los responsables de los monopolios tecnológicos de internet que manejan y administran los datos de los usuarios: “todos ellos están convencidos de que las tecnologías (…) van a transformar todo para ‘mejorar’ hasta la vida misma, que finalmente quedará liberada de su término” (Sadin, 2018, p. 220).

Es necesario hacer algunas precisiones respecto al concepto de transhumanismo, pues, como es de suponer, tiene las más variadas interpretaciones, más allá de aquellas corrientes que propugnan una suerte de perfeccionamiento del potencial del ser humano en todas sus esferas, haciendo del progreso humano su meta principal. Comprendiendo al ser humano como un ente que puede ser mejorado y no solo en su dimensión física, sino también psicológica, cognitiva y moral, donde la tecnología sería la que permitiría todo tipo de mejoras. Esta visión, apunta Diéguez (2017), no sería nada novedosa, pues dicha perspectiva habría sido refrendada por distintos pensadores que han dejado manifiestas las limitaciones del ser humano, mostrando que su perfeccionamiento no era solo deseable sino necesario. En este contexto destacan las figuras de Bacon, Rousseau, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Lessing, Unamuno, Ortega y Gasset.Por otra parte, como comenta Luc Ferry, el transhumanismo

(…) es el heredero, un tanto, paradójico, pero verosímil en muchos aspectos, de una cierta forma de humanismo clásico, el que insiste (…) sobre la perfectibilidad infinita de este ser humano que no está en un principio encerrado en una naturaleza intangible y determinante, como puede serlo un animal guiado por la programación instinto natural común a su especie. El transhumanismo también puede ser heredero del optimismo cientificista y tecnófilo que se ha desarrollado en la Edad Moderna a partir de la Ilustración y de la revolución científica hasta el nacimiento de los NBIC, la robótica y la inteligencia artificial (Luc Ferry, 2017, p. 40). 

Sin embargo, algo bastante distinto sería la corriente transhumanista representada principalmente por Ray Kurzweil, que se traduciría, a juicio de Luc Ferry, en un preocupante proyecto cibernético que propone:

Una hibridación sistemática de hombre/máquina que recurre a la robótica y a la inteligencia artificial más que a la biología (…) se trata de crear una especie nueva, radicalmente diferente de la nuestra, miles de veces más inteligente y poderosa que ella, una humanidad diferente, para la que la memoria, las emociones, la inteligencia, todo lo que se relaciona con la vida del espíritu, se podría almacenar en soportes materiales de un tipo nuevo. Como cargamos ficheros en una USB (…) Podríamos entonces: 1) separar la inteligencia y las emociones del cuerpo biológico (como la información y su soporte) y 2) almacenar la memoria, así como la conciencia, en máquinas (…) que no dejan de recibir un eco mayoritario en el mundo de los especialistas de la inteligencia artificial (Luc Ferry, 2017, p. 42). 

Esta propuesta apuntaría a conseguir la ansiada inmortalidad, dejando atrás las limitaciones de nuestro cuerpo finito e imperfecto. Esto podrá ser logrado a través de la superación de dichas limitaciones en manos de la tecnología, según la cual la dualidad cuerpo y alma queda subsumida en la de máquina y datos. Esta dualidad es concebida como el nuevo reservorio de la humanidad del hombre. La vida del espíritu y el ser del hombre quedan reducidos por tanto “a un sistema de tratamiento de información que equipara el cerebro con una estricta calculadora” (Sadin, 2018, p. 227). No es asunto menor que esta propuesta tenga amplio apoyo en los especialistas en inteligencia artificial, pues ellos parecen ser los llamados a dirigir el destino del hombre. En sus manos está conducir el progreso sin límites de la humanidad, según afirman los transhumanistas.

El destino técnico del hombre como Gestell parece consumarse al mismo tiempo con la metafísica de la subjetividad en sus manifestaciones más notorias en la era digital, lo que plantea una “incertidumbre acerca de la esencia del hombre, justamente porque los seres humanos se han convertido en el fondo de reserva (…) materia prima del mundo tecnológico” (Linares, 2008, p. 106). La existencia se convertiría en la substancia por antonomasia, la presencia eterna del ser humano, a través de la inteligencia artificial y la pervivencia inmortal de la existencia y sus procesos cerebrales, emociones y sentimientos en un dispositivo cibernético, donde sería posible almacenar el ser del hombre en un nuevo híbrido superhumano. Resuena en esta interpretación la tesis metafísica del ser como presencia: una presencia eterna que pervive en el compuesto máquina y datos, como la humanidad peculiar al superhombre, reclamado por la voluntad incondicionada de dominio sobre el hombre y la tierra. Se presenta así la disolución absoluta de la diferencia entre el ser y el ente llamado hombre, llegando incluso a identificarse completamente. 

Ahora bien, como dice Duque (2002), cualquier conocedor de Nietzsche podría poner en entredicho la comparación o relación entre estos tecno-organismo y cuerpos superhumanos con el planteamiento del superhombre, prevención surgida con toda razón. Sin embargo, lo que está fuera de discusión es lo mencionado por Heidegger en su Carta sobre el humanismo. La crisis del humanismo que se manifestaría a “causa de un proceso general de deshumanización que comprende ora el eclipse de los ideales humanistas de la cultura en favor de una formación del hombre centrada en la ciencia y en la facultades productivas racionalmente dirigidas” (Vattimo, 1987, p. 35), que como hemos visto tienen como fiel reflejo las utopías y supuestos de la era digital.

Conclusiones 

Ciertamente a través de los desarrollos y promesas surgidas en la era digital, cuyo epítome serían el dataísmo y el transhumanismo, se cumplirían plenamente las preocupaciones que Heidegger manifestaba en su interpretación de la era técnica. Época donde la metafísica de la subjetividad llega a su cumplimiento y lleva al extremo sus posibilidades en el presente. Así, la voluntad de dominio incondicionado sobre todo ente se expresa, por una parte, en la vertiente más dura del transhumanismo, que promete el advenimiento de un superhombre de carácter inmortal en una hibridación hombre máquina, y, por otra, el dataísmo, que a través del rastreo y acumulación de la mayor cantidad de datos, promete prever y solucionar, a través del cálculo, la planificación y medida de nuestras conductas, todas la problemáticas presentes y futuras de la existencia, lo que sin lugar a dudas nos llevaría directamente a una vida más plena y feliz, como el gran relato del siglo XXI. 

¿Cómo devolver el sentido a la palabra humanismo? Difícil responder, quizá, como sostiene Heidegger, teniendo en cuenta el peligro que se cierne sobre el hombre contemporáneo, dominado y subyugado por las tenazas de las tecnologías y sus discursos. Pensando en las consecuencias humanas de estos desarrollos surgidos en la era digital, en la que la libertad y el ser más propio del hombre parece estar amenazado por los designios de la manipulación y el cálculo.  

Fuente: revistas.uptc.edu.co.